Ahora que tengo más tiempo para leer detraído de otras obligaciones que me son ahora, por suerte o desgracia, vedadas; y por una mayor disposición a la lectura matutina, inmediata al hecho heróico de levantarse, he estado, durante los dos últimos meses leyendo los Evangelios a razón de dos o tres capítulos diarios, lo que constituye un magnífico desayuno.
.
Gracias a la lectura de la Biblia de Jerusalén, con una magnífica, según dicen, traducción, y unas interesantes y aclaratorias llamadas, paralelos y notas al pie, además de una suficientemente profusa e ilustrativa introducción histórica, que me ha desvelado aspectos bíblicos desconocidos por mí, he descubierto un tesoro que llevaba para mi escondido desde hace muchos años y que pensaba que conocía suficientemenet gracias a las lecturas periódicas, sean estas en las Eucaristías, en las preparaciones de la Palabra, o en lecturas que en su momento, por curiosidad más que por formación, hiciera alguna vez. ¡Qué descubrimiento!
.
La lectura continuada, no en pequeñas dosis, confiere a los libros una unidad y un rigor del que no se es consciente cuando se consume, si me permiten la expresión, a sorbos. La lectura de los Evangelios, de la Buena Noticia, es algo necesario de lo que no fui cosnciente hasta ahora, en los umbrales de mi ancianidad y en la infancia de mi fe.
.
Este descubrimiento dice muy poco de mí, que hipócritamente me considero un cristiano "de pata negra", cuando en verdad apenas había rozado la superficie de este profundísimo tesoro que se encuentra al alcance de cualquiera. Están ahí, en cualquier lugar y en cualquier idioma, en ediciones baratas o lujosas, en internet o en bibliotecas públicas. Allí están, para quien quiera leerla, la Palabra de Dios, escrita por personas que fueron discípulos, directos o no, de Jesús. Marcos, Mateo y Lucas, con sus estilos diferntes y sus pasajes únicos señalan en los Evangelios sinópticos del que es brillante cierre y complemento el Evangelio de San Juan, el más querido discípulo de Jesús que le acompaña hasta el último momento en el Gólgota y después, en el fundamento de nuestra fe, en la explosión de júbilo que es el cristianismo, cuando van todos los hermanos a Galilea, Y aquí estoy yo también, en Galilea para dar testimonio de ese Amor inmarcesible.