He venido hoy aquí, humilde por la tarea que tengo ante vosotros, agradecido por la confianza que me habéis otorgado, consciente de los sacrificios de nuestros ancestros. Agradezco al presidente Bush su labor hacia nuestro país, así como la generosidad y cooperación que ha mostrado a lo largo de la transición.
Cuarenta y cuatro estadounidenses han prestado el juramento presidencial. Se han pronunciado estas palabras durante olas de prosperidad y en las tranquilas aguas de la paz. Pero, de vez en cuando, el juramento se produce en momentos de nubes tormentosas y tempestades embravecidas. En esos momentos, Estados Unidos ha salido adelante no sólo por la habilidad o visión de aquellos que ocupaban altos cargos, sino porque Nosotros, el Pueblo, nos hemos mantenido fieles a los ideales de nuestros ancestros y a nuestros documentos fundacionales. Así ha sido. Así debe ser con esta generación de estadounidenses. Es bien sabido que estamos en mitad de una crisis.
.
Nuestro país está en guerra contra una red de violencia y odio de gran alcance. Nuestra economía está muy debilitada, consecuencia de la codicia e irresponsabilidad de algunos, pero también todos nosotros hemos fallado al tomar malas decisiones a la hora de preparar al país para una nueva era. Se han perdido hogares, destruido empleos, se han cerrado negocios. Nuestro sistema de salud es demasiado costoso, nuestras escuelas fallan demasiado y cada día hay más evidencias de que la forma en que usamos la energía fortalece a nuestros adversarios y amenaza a nuestro planeta. Estos son los indicadores de la crisis, sujetos a los datos y estadísticas.
.
Menos cuantificable pero también menos profunda es la pérdida de confianza en el país, un temor persistente de que la caída de EEUU es inevitable y que la próxima generación deberá rebajar sus expectativas. Hoy os digo que los desafíos que afrontamos son reales, son serios y son muchos.
.
No serán superados fácilmente o en un corto período de tiempo. Pero quiero que Estados Unidos sepa algo: vamos a superarlos. En este día, nos reunimos porque hemos escogido la esperanza sobre el miedo, el propósito común frente al conflicto y la discordia. En este día, venimos a proclamar el fin de las quejas insignificantes y las falsas promesas, las recriminaciones y los dogmas anticuados que llevan mucho tiempo estrangulando nuestra política. Seguimos siendo una nación joven, pero tomando palabras de las Escrituras, ha llegado el momento de dejar a un lado las cosas infantiles.
.
Ha llegado el momento de reafirmar nuestro espíritu de permanencia, de escoger nuestra mejor historia, de llevar hacia delante ese precioso regalo, esa noble idea, que ha pasado de generación a generación: la promesa divina de que todos somos iguales, todos somos libres y todos merecemos una oportunidad de de alcanzar la felicidad plena.
.
Al reafirmar la grandeza de nuestro país, entendemos que la grandeza nunca es otorgada sino que debemos ganarla. Nuestro viaje nunca se ha hecho por atajos ni nos conformamos con poco. No ha sido el camino de los pusilánimes, de aquellos que prefieren la diversión al trabajo, o los que buscan sólo los placeres de la riqueza y la fama. Ha sido el de los que asumen riesgos, de los emprendedores, de los que creadores, algunos conocidos pero la mayoría son hombres y mujeres desconocidos en su labor que nos han llevado por el largo y duro camino hacia la prosperidad y la libertad.
Por nosotros, recogieron sus escasas pertenecias y atravesaron océanos en busca de una nueva vida. Por nosotros, trabajaron en condiciones infrahumanas y poblaron el Oeste, soportaron el látigo y araron las más duras tierras. Por nosotros, combatieron y murieron en lugares como Concord y Gettysburg, Normandía y Khe Sahn. Una y otra vez, esos hombres y mujeres lucharon y se sacrificaron y trabajaron hasta que sus manos estuvieron en carne viva de forma que pudiésemos tener una vida mejor. Ellos vieron a un EEUU tan grande como la suma de nuestras ambiciones individuales, mayor que todas las diferencias de nacimiento, riqueza o ideología.
Éste es el viaje que continuamos hoy. Seguimos siendo la nación más poderosa y próspera de la Tierra. Nuestros trabajadores no son menos productivos que antes de que comenzara la crisis. Nuestras mentes no son menos imaginativas, nuestros productos son igual de necesarios que la semana pasada o el mes pasado o el año pasado. Nuestras capacidades siguen intactas. Pero nuestro tiempo de inmovilismo, de proteger nuestros mezquinos intereses y de posponer las decisiones desagradables, ese tiempo con certeza ha pasado. A partir de hoy, debemos levantarnos, sacudirnos el polvo y comenzar a trabajar para rehacer EEUU. Allá donde miremos hay trabajo por hacer.
.
La situación de nuestra economía exige una acción audaz y rápida, y actuaremos, no sólo para crear nuevos empleos, sino para echar los cimientos sobre los que crecer. Construiremos puentes y caminos, redes eléctricas y líneas digitales que alimenten nuestro comercio y nos unan. Pondremos a la ciencia en el lugar que le corresponde y utilizaremos las maravillas de la tecnología para elevar la calidad del sistema sanitario y bajar sus costes. Aprovecharemos el sol y el viento y el suelo como combustible para mover nuestros coches y poner en funcionamiento nuestras fábricas. Transformaremos nuestros colegios, institutos y universidades para satisfacer los requisitos de una nueva era. Todo esto lo podemos hacer. Y todo esto lo haremos.
Ahora, algunos se preguntan por el alcance de nuestras ambiciones, sugieren que nuestro sistema no puede asumir planes demasiado grandes. Tienen poca memoria. Han olvidado lo que este país hizo, lo que hombres y mujeres libres pueden alcanzar cuando la imaginación se une a un objetivo común y la necesidad a la valentía. Lo que los cínicos no alcanzan a comprender es que el suelo bajo sus pies ha cambiado, que las viejas discusiones políticas que nos han consumido durante tanto tiempo ya no están vigentes.
.
La pregunta que nos hacemos hoy no es si nuestro gobierno es demasiado grande o pequeño sino si funciona, si ayuda a las familias a encontrar empleo con un salario decente, un sistema de salud asequible, una jubilación digna. Allí donde la respuesta sea sí, intentemos seguir adelante. Donde la respuesta sea no, los programas se cancelarán. Y los que manejemos dinero público tendremos que rendir cuentas, gastar sabiamente, reformar malos hábitos y hacer nuestro trabajo a la luz del día, porque sólo entonces podremos restaurar la vital confianza entre la gente y su gobierno.
.
Tampoco debemos preguntarnos si el mercado es una fuerza del bien o del mal. Su poder de generar riqueza y expandir la libertad no tiene comparación, pero la crisis nos ha recordado que, sin un ojo que lo observe, el mercado puede descontrolarse y que un país no puede mejorar durante mucho tiempo cuando favorece sólo a los que han properado. El éxito de nuestra economía no sólo ha dependido del tamaño de nuestro Producto Interior Bruto sino del alcance de nuestra prosperidad, de nuestra habilidad para extender las oportunidades a cada persona dispuesta, no por caridad sino porque es el camino más segura para nuestro bien común.
En cuanto a nuestra defensa común, rechazamos por falsa la elección entre nuestra seguridad y nuestros ideales. Nuestros Padres Fundadores, afrontaron peligros que apenas podemos imaginar, redactaron una Carta para asegurar el imperio de la ley y los derechos del hombre, una Carta que ha llegado hasta nosotros a través de la sangre de generaciones. Esos ideales aún iluminan el mundo y no renunciaremos a ellos según nuestras conveniencias. Y para todo el resto de la gente y los gobiernos que nos están viendo hoy, desde las grandes capitales a la pequeña aldea donde nació mi padre: sabed que EEUU es amigo de todos los países y de todos los hombres, mujeres y niños que buscan un futuro de paz y dignidad, y que estamos dispuestos a asumir el liderarazgo una vez más.
Recordad que las generaciones anteriores derrotaron el fascismo y el comunismo no sólo con misiles y carros de combate, sino con sólidas alianzas y firmes convicciones. Entendieron que nuestro poder por sí solo no puede protegernos ni nos deja libertad para hacer lo que nos plazca. En cambio, sabían que nuestro poder crece mediante su uso prudente. Nuestra seguridad emana de la justicia de nuestra causa, de la fuerza de nuestro ejemplo, de las cualidades moderadoras de la humildad y la restricción.
Somos los guardianes de este legado. Guiados por estos principios una vez más, podemos afrontar esas nuevas amenazas que requiren incluso mayor esfuerzo, incluso mayor cooperación y comprensión entre los países. Comenzaremos traspasando responsablemente Irak a sus habitantes y forjar una paz duramente ganada en Afganistán. Con viejos amigos y antiguos enemigos, trabajaremos incansablemente en disminuir la amenaza nuclear y hacer que el fantasma del calentamiento global retroceda. No nos disculparemos por nuestro modo de vida ni vacilaremos en su defensa, y para quienes intentan alcanzar sus objetivos mediante el terror y asesinando inocentes, os decimos que nuestro espíritu es más fuerte y no puede ser quebrado, no durarán más que nosotros y les derrotaremos.
Porque sabemos que la diversidad de nuestra herencia es una fortaleza, no una debilidad. Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos e hindúes y de no creyentes. Todos los idiomas y culturas de cada rincón de la Tierra nos han dado forma, y por haber probado el trago amargo de la guerra civil y la segregación hemos emergido de ese oscuro capítulo más fuertes y más unidos, no podemos evitar el creer que los viejos odios pasarán algún día, que las líneas tribales serán pronto disueltas, de que a medida que el mundo se hace más pequeño, nuestra humanidad común se manifestará y que EEUU debe jugar su papel marcando el comienzo de una nueva era de paz.
Al mundo musulmán le decimos que buscamos un nuevo camino que andar basado en nuestro interés y respeto mutuos. A los líderes mundiales que buscan sembrar el conflicto o culpar de los males de su sociedad a Occidente, sepan que su pueblo los juzgará por lo que vayan a construir, no por lo que destruyan. A quienes se aferran al poder a través de la corrupción y el engaño y silenciando a los disidentes, sepan que están en el lado equivocado de la historia, pero os tenderemos la mano si estáis dispuestos a abrir el puño.
A los pueblos de los países pobres, prometemos trabajar juntos para hacer que sus granjas prosperen y hacer que fluyan las aguas limpias, para alimentar los cuerpos famélicos y las mentes hambrientas. Y a aquellas naciones que, como la nuestra, disfrutan de relativa abundancia, decimos que no nos podemos permitir más indiferencia ante el sufrimiento fuera de nuestras fronteras, ni podemos consumir los recursos del mundo sin tener en cuenta sus efectos. Porque el mundo ha cambiado, y debemos cambiar con él.
Mientras analizamos el camino que se presenta ante nosotros, recordamos con humilde gratitud a aquellos estadounidenses valientes que, en este mismo momento, patrullan lejanos desiertos y distantes montañas. Ellos tienen algo que decirnos hoy, así como los héroes caídos que yacen en Arlington nos susurran a través del tiempo. Os honramos no solo porque sois los guardianes de nuestra libertad, sino porque encarnáis el espíritu del servicio, la disposición a encontrar significado a algo más grande que vosotros mismos. Y es en este preciso momento, un momento que definirá una generación, cuando precisamente ese espíritu debe anidar en todos nosotros.
Porque por mucho que el gobierno pueda y deba hacer, es en definitiva sobre la fe y la determinación de los estadounidenses en lo que se asienta este país. Es la amabilidad con que tratamos a un extraño cuando se rompe un dique, el altruismo de los trabajadores que prefieren recortar sus horas de trabajo en vez de ver a un amigo perder su empleo lo que nos permite ver en nuestras horas oscuras. Es el valor del bombero al lanzarse por una escalera llena de humo, pero también la buena voluntad de unos padres al criar a un niño, lo que finalmente decide nuestro destino.
Nuestros desafíos pueden ser nuevos. Los instrumentos con los que los afrontamos pueden ser nuevos. Pero esos valores de los que depende nuestro éxito -el trabajo duro y la honestidad, el valor y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo- esas son cosas viejas. Esas cosas son auténticas. Han sido la fuerza tranquila del progreso a lo largo de la historia. Lo que se pide entonces es un retorno de esas verdades.
Lo que requeriere de nosotros ahora es una nueva era de responsabilidad, un reconocimiento, de parte de cada estadounidense, de que tenemos deberes hacia nosotros mismos, hacia nuestro país y hacia el mundo, deberes que no aceptamos a regañadientes sino de buena gana, seguros de que no hay nada más satisfactorio para el espíritu, que tan bien define nuestro carácter, que dar todo lo que podamos ante una tarea difícil.
Este es el precio y la promesa de la ciudadanía.
Esta es la fuente de nuestra confianza, la certeza de que Dios nos llama para dar forma a un destino incierto.
Este es el sentido de nuestra libertad y de nuestro credo, el porqué hombres y mujeres y niños de todas las razas y creencias pueden unirse en celebración en esta magnífica plaza, y el porqué un hombre cuyo padre hace menos de 60 años no habría sido servido en un restaurante local, está hoy aquí para hacer el juramento más sagrado.
Así que tomemos este día como conmemoración de quienes somos y lo lejos que hemos llegado. En el año de nacimiento de EEUU, en el más frío de los meses, un pequeño grupo de patriotas se apiñaban alrededor de pequeñas fogatas a las orillas de un río helado. La capital había sido abandonada. El enemigo avanzaba. La nieve estaba manchada de sangre. En ese momento cuando el resultado de nuestra revolución era más incierto, el padre de nuestra nación ordenó que se leyera a todo el mundo estas palabras:
"Que sepan las generaciones venideras... que en las profundidades del invierno, cuando nada salvo la esperanza y la virtud podía sobrevivir... que la ciudad y el país, alertados ante un peligro común, han salido para hacerle frente".
Estados Unidos. Enfrentados a nuestros peligros compartidos, en este invierno de nuestras privaciones, recordemos estas palabras eternas. Con esperanza y virtud, afrontemos una vez más las corrientes heladas, y soportemos lo que la tormenta pueda traer. Que los hijos de nuestros hijos digan que cuando fuimos puestos a prueba, renunciamos a dejar que este viaje termine, que no nos dimos la vuelta ni flaqueamos y con los ojos fijos en el horizonte y con la gracia de Dios sobre nosotros, llevamos adelante el gran regalo de la libertad y se lo entregamos sin temor a equivocarnos a las futuras generaciones.
.
Gracias, que Dios os bendiga, que Dios bendiga a América.