.
No importa. Sabemos el valor del sacrificio porque el Comandante Rivera nos inculcó unos valores con los que nos animó a vivir la milicia con plenitud, sin renunciar a nada y buscando los lugares de mayor riesgo y fatiga. Estoy convencido de que los avatares y vicisitudes de la XLV Promoción no hubieran sido los mismos si no nos hubiera preparado para ello nuestro Jefe, nuestro líder, y si ese día, que todos recordaremos siempre, no nos hubiera dado la lección final del sacrificio supremo de su vida.
.
Recuerdo con claridad y precisión la rabia y el desasosiego. La incertidumbre inicial, la sensación de ser vulnerable. Las lágrimas frías y amargas. Las miradas, perdidas y huérfanas de respuestas que vagaron en esa mañana gris zaragozana.
.
Aquel día un puñado de jóvenes casi imberbes, inmaduros pero trabajadores y sobrios como pocos, alcanzaron a conocer la realidad de la vida y de la muerte. Fueron conscientes de que la vida militar es dura y que nada es gratuito. Que el enloquecido odio irracional de unos malnacidos que mancillan la noble tierra vasca, era algo más que el titular de un periódico.
.
Aquel día nuestras miradas perdieron la ingenuidad de la infancia y se mostraron aceradas y limpias. Aquel día nuestros corazones generosos pero bisoños, desbordaron de lealtad al jefe caído y de fidelidad al juramento que habíamos hecho un año antes.
.
Aquel día sellamos un inconsciente pacto con nuestro Jefe, que acababa de presentarse al Padre Eterno para seguir su ejemplo hasta el final. En una palabra, aquel día nos hicimos soldados.
.
Por eso, hoy, 25 años más tarde, te recuerdo, mi Comandante, con una oración y te doy las gracias por todo lo que nos diste y por los frutos de tu callada labor que has visto desde lo Alto.
.
.....Comandante Rivera. ¡¡Presente!!