No sé muy bien cuándo comenzó esta locura destructiva, quizás suicida, que sufrimos. Me atrevo a decir que fue a raíz del final de la Segunda Guerra Mundial y del encarnizamiento de la vieja polémica decimonónica entre liberales y marxistas, incluso keynesianos, o entre las tendencias socialistas, en cualquiera de sus muchas franquicias, y las que propugnan el raquitismo estatal frente a la libertad de mercado.
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Durante años creía que toda esta disputa era un mero asunto ideológico, la estúpida controversia, siempre artificial, entre izquierdas y derechas, adquiriendo estas etiquetas el papel aristotélico de Categorías, casi siempre indelebles. Hoy he visto con claridad que no es así, a pesar de que barruntaba esto desde hace mucho. Derechas e izquierdas no son nada, dejaron de serlo hace muchos años en occidente y ahora tan sólo son excusas para optar por esta o aquella manera de gobernar, es decir de cómo obtener dinero de empresas y particulares para gastarlo en otras cosas, a veces, incluso, de interés general.
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Hoy, por ejemplo, la prensa española nos presenta a un ex ministro en el banquillo, a un ex miembro de la familia real que va a ser citado a declarar, a un ex presidente de comunidad autónoma también en el banquillo, a toda una trama de corrupción y delincuencia vinculada a otra comunidad autónoma, a unas arcas del Estado, y sobre todo autonómicas y municipales asaltadas por las hordas políticas que medran y saquean lo que es de todos, lo que hemos ganado con nuestro esfuerzo. No se puede evitar la náusea al ver en manos de quienes estamos.
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Al final uno acaba sus reflexiones llegando a una única conclusión: la política, las actividades políticas, empresariales y de todo tipo giran alrededor de la codicia. Una codicia que viene impulsada y promovida por un sistema económico que lo permite, por una sociedad adormecida o ideologizada, en el mejor de los casos, que o bien no quiere saber o bien quiere ser parte activa del festín.
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Y es que hace años, tal vez demasiados años, que el mundo se rige por criterios económicos, cifrando todo, absolutamente todo, incluso la vida humana, la cultura o las artes, en porcentajes, rendimientos o beneficios. La economía ha desplazado a la filosofía como generador de normas, de modelos de comportamiento, por eso el beneficio económico ha desplazado a la moral, la codicia al bien común.
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Da lo mismo que suban o bajen los impuestos, que gobiernen izquierdas o derechas, sea lo que fueren, mientras no regrese la economía a la caja de herramientas y la filosofía al centro de la vida pública.
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Durante años creía que toda esta disputa era un mero asunto ideológico, la estúpida controversia, siempre artificial, entre izquierdas y derechas, adquiriendo estas etiquetas el papel aristotélico de Categorías, casi siempre indelebles. Hoy he visto con claridad que no es así, a pesar de que barruntaba esto desde hace mucho. Derechas e izquierdas no son nada, dejaron de serlo hace muchos años en occidente y ahora tan sólo son excusas para optar por esta o aquella manera de gobernar, es decir de cómo obtener dinero de empresas y particulares para gastarlo en otras cosas, a veces, incluso, de interés general.
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Hoy, por ejemplo, la prensa española nos presenta a un ex ministro en el banquillo, a un ex miembro de la familia real que va a ser citado a declarar, a un ex presidente de comunidad autónoma también en el banquillo, a toda una trama de corrupción y delincuencia vinculada a otra comunidad autónoma, a unas arcas del Estado, y sobre todo autonómicas y municipales asaltadas por las hordas políticas que medran y saquean lo que es de todos, lo que hemos ganado con nuestro esfuerzo. No se puede evitar la náusea al ver en manos de quienes estamos.
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Al final uno acaba sus reflexiones llegando a una única conclusión: la política, las actividades políticas, empresariales y de todo tipo giran alrededor de la codicia. Una codicia que viene impulsada y promovida por un sistema económico que lo permite, por una sociedad adormecida o ideologizada, en el mejor de los casos, que o bien no quiere saber o bien quiere ser parte activa del festín.
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Y es que hace años, tal vez demasiados años, que el mundo se rige por criterios económicos, cifrando todo, absolutamente todo, incluso la vida humana, la cultura o las artes, en porcentajes, rendimientos o beneficios. La economía ha desplazado a la filosofía como generador de normas, de modelos de comportamiento, por eso el beneficio económico ha desplazado a la moral, la codicia al bien común.
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Da lo mismo que suban o bajen los impuestos, que gobiernen izquierdas o derechas, sea lo que fueren, mientras no regrese la economía a la caja de herramientas y la filosofía al centro de la vida pública.
1 comentario:
Lleva usted toda la razón. Pero es que la cosa es todavía peor de lo que nos describe. El “pensamiento” económico ha contaminado todas las ciencias sociales y, en menor medida, las humanidades. El caso más extremo de esta tendencia lo encarna, entre otros economistas anglosajones, Gary Becker, premio Nobel de economía en 1992, con su idea de que la totalidad del comportamiento humano puede ser explicado a partir del concepto de maximización de la utilidad individual, de manera que la Economía se convertiría en la ciencia del comportamiento por antonomasia y cabría olvidarse de las demás disciplinas sociales y humanísticas.
Por otro lado y en la misma línea, el lenguaje y los conceptos típicos de las escuelas de negocios han contaminado también no sólo a las ciencias sociales sino también al pensamiento político y a la politología (e igualmente a eso que los historiadores franceses llaman las mentalidades colectivas), llegando a extremos que serían verdaderamente ridículos sino fuese por las consecuencias dramáticas que suelen tener.
Por último (simplifico mucho en aras de la brevedad), puedo afirmar que mi experiencia profesional – en la docencia de ciencias económicas y de administración de empresas- confirma otro extremo especialmente preocupante: desde hace años vengo observando una imparable degradación del nivel cultural medio de titulados en Economía y, sobre todo, en Administración de Empresas. Literalmente, la mayoría no saben en qué planeta viven (los conocimientos de Geografía Física, Política o de Geografía Económica son deplorables y el desconocimiento de otras culturas y civilizaciones es mayúsculo), o de qué tradición cultural provienen*, por citar algunas de las deficiencias más notorias. Es sorprendente, son una generación más viajada que la mía pero parece que ni se enteran de en dónde han estado ni les interesa: han viajado a Londres o a Berlín pero no tienen la más mínima noción de la historia de ambas ciudades o de Alemania o del Reino Unido, ni de su cultura, ni de su organización política, ni de su economía, ni de nada de nada (haber estado en Londres o en Berlín y volver sin saber que fueron severamente bombardeadas durante la Segunda Guerra Mundial tiene su cosa, la verdad).
Este curso y en el transcurso de una clase hice mención a Maratón, dando por sentado que los alumnos entendían el sentido de la referencia. De unos 80 estudiantes presentes, varios hicieron mención de una carrera olímpica con ese nombre y ninguno, repito, ninguno sabía nada de la batalla ni de la Primera Guerra Médica (de la que no habían oído hablar nunca), y los que mencionaron la carrera olímpica tampoco sabían la relación entre la batalla y la carrera.
Pedro
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