Por favor, observen la foto que se muestra al lado de estas líneas. Reproduce el cuerpo fornido y semidesnudo de este futbolista, que ha tenido la mala fortuna de casarse con una mujer que se jacta de no haber leído un libro en su triste vida. Destacan, además del peinado "ortodoxo" y excesivamente brillante una serie de dibujos en su piel. Son tatuajes, es decir inyecciones de tinta bajo la piel formando dibujos de mayor o menor significación y gracia.
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Los tatuajes son algo muy antiguo y se tiene conocimiento de ellos ya en diversas civilizaciones de lugares distantes y sin conexión entre ellas. En la actualidad este fenómeno ha sufrido una explosión, de forma que los locales dedicados a estos menesteres han aparecido como las setas y los portadores de tatuajes (y piercings) son ya una triste y ovina legión en nuestras sociedades. ¿Por qué?
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En Europa occidental, los tatuajes fueron durante siglos seña de identidad de grupos sociales muy concretos. Así, los marineros los han ostentado con cierta frecuencia. Los Oficiales de la Royal Navy británica se distinguieron por ser portadores de estos dibujos cutáneos en el microcosmos cerrado y duro de un navío de guerra, cercano a la muerte y en permanente peligro ante el combate incierto y las furias del mar. Allí y ante la permanente amenaza de muerte todos eran iguales y los oficiales, de origen aristocrático, compartían con los rufianes que formaban parte de la marinería los tatuajes.
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En las prisiones europeas los tatuajes han sido también algo muy habitual y las marcas en la piel señalaban a aquellos que habían sido expulsados de la sociedad. De nuevo un microcosmos frágil, violento, cargado de odio, hacinamiento y desesperación ante largas condenas o penas de muerte, hacía que los reclusos se marcaran para ser, en cierta forma. únicos ante lo incierto.
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Más castizo, nuestro Tercio de Extranjeros, la Legión española ha sido también un grupo en el que los tatuajes eran y son habituales. Grupo cohesionado y con fuerte espíritu de Cuerpo en el que sus miembros, ante la incertidumbre del combate y bajo el misterio que tras de sí arrastraban al alistarse en este Cuerpo duro y glorioso, marcaban también para la eternidad sus cuerpos doloridos y heroicos de novios de la muerte.
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Podemos ver cómo el tatuaje ha estado siempre unido a grupos que corren peligro, que se acercan a la muerte con temor o desenvoltura y que viven en permanente incertidumbre. Quizás su función sea distinguir como individuo único a su portador en medio de un grupo homogéneo y, muchas veces, impersonal. El ansia de ser inmortal a través de ese carácter único cuando se está cara a cara con la muerte es quizás lo que impulse a los tatuados. Hoy en día, la pregunta es inevitable. ¿Por qué ahora nuestros jóvenes hedonistas, tan lejanos de peligros físicos, se tatúan? ¿Es una simple moda o, por contra, lo hacen como presos, marineros y legionarios por que viven también en la incertidumbre?
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Mi tesis, y se admiten comentarios, variantes u otras mejores, es que la sociedad moderna está huérfana de valores y en perpetua incertidumbre por lo que busca sus raíces, de forma gregaria, en lugares equivocados y no las encuentra. Hay un ansia por fijar esas raíces que nos vinculen al suelo, que nos den seguridad, que nos acerquen a las tradiciones, a la inmortalidad y a lo que nos da fuerza para vivir y ánimos para afrontar la muerte. Muerte que se rechaza y se evita, pero ante la certeza de su inevitabilidad se pretende ser, al menos, único en medio de la multitud indiferenciada, único en una marea sin pulso ni horizonte vital ni moral. Es ahí, donde el tatuaje retoma su viejo papel de hacer únicos ante la incertidumbre de la muerte a sus portadores.