Jacques Tati ha sido un reciente descubrimiento del cine francés. Con una escasa y muy personal producción fue director, guionista y actor de sus más importantes películas de las que esta que hoy se presenta está considerada como la mejor. Recibió el Oscar a la mejor película extranjera en 1958 y el Premio especial del jurado en Cannes ese mismo año. Dotada de una banda sonora pegadiza y original y de un color prodigioso, esta película, titulada en su versión original como Mon oncle, ocupa un lugar de honor.
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Mi tío cuenta la vida del Sr. Hulot no tiene trabajo, vive en una casa modesta de un barrio humilde y se ocupa de llevar y traer a la escuela a su sobrino Gérard. El niño vive con sus padres en un hogar ultramoderno en el que la técnica y los automatismos lo manejan todo y los incomodísimos muebles de diseño lo ocupan todo, dejando un frío y cuasi vacío hogar. El padre del niño, el señor Arpel, ocupa un alto cargo en una moderna fábrica de tubos de plástico e intenta dar trabajo a su cuñado, Hulot, en la empresa en la que trabaja. Monsieur Hulot se siente incómodo en este mundo tecnificado y su sobrino tampoco es feliz y lleva una existencia aburrida y solitaria en la que los amigos sólo aparecen cuando va con su tío, el Sr. Hulot que siempre intenta que mejore esa situación.
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Esta película, ingenua y divertida es una crítica al mundo moderno, tecnificado y sin alma, ya en 1958, representado por el señor Arpel y su fría e inhumana casa y fábrica frente al barrio parisino tranquilo, aunque ruidoso, en demolición pero en el que los niños todavía juegan a sus anchas, los perros merodean libres y los vecinos se conocen y ayudan. El tiempo ha podido maltratar esta película dado que la tecnificación es ahora, 58 años después, omnipresente y nos hemos acostumbrado a ella y a la vida inhumana que nos ha traído. Por eso, esta película se ve con gusto pero también con una cierta melancolía. Obligatoria para reaccionarios.
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Esta película, ingenua y divertida es una crítica al mundo moderno, tecnificado y sin alma, ya en 1958, representado por el señor Arpel y su fría e inhumana casa y fábrica frente al barrio parisino tranquilo, aunque ruidoso, en demolición pero en el que los niños todavía juegan a sus anchas, los perros merodean libres y los vecinos se conocen y ayudan. El tiempo ha podido maltratar esta película dado que la tecnificación es ahora, 58 años después, omnipresente y nos hemos acostumbrado a ella y a la vida inhumana que nos ha traído. Por eso, esta película se ve con gusto pero también con una cierta melancolía. Obligatoria para reaccionarios.
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