Hace frio en las almas de la Tierra. Las nubes se arraciman sobre los valles cubriéndolo todo y la luz del Sol, débil, no acierta a traspasar la espesa capa gris para producir, siquiera, un rompimiento de gloria. La oscuridad aparece en el horizonte y poco a poco se va adueñando de la escena, otras veces verde, fresca y alegre.
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Mas de repente un destello aparece en el fondo de la escena, junto a un regato, en una sucia y maloliente cueva en la que una pareja de inmigrantes roban el espacio a una bestias viejas y cansadas que les miran con curiosidad.
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Ella muy joven, casi una niña, está encinta y por su avanzado estado de gestación parece estar a punto de dar a luz un crio. Él ya maduro y serio, cuida con mimo y delicadeza a su mujer y le procura el lugar cómodo en que haya de ser Madre.
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Las nubes se ciernen sobre la cueva impidiendo la visión de lo que allí ocurre. Se oye un gemido y, al punto, el llanto potente, alegre y entrecortado de un niño. Es un varón sano, con buen color y que ha nacido en un lugar inhóspito, frio y sucio. No parece un buen comienzo desde luego, pero ha nacido rodeado de Amor, ha nacido del Amor. Ha nacido el Amor.
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Algo prodigioso sucede a los pocos instantes del alumbramiento. Una potente Luz baja del cielo, inundando a los pastores pobres, ignorantes y ateridos de frio que notan una presencia extraña y nueva que les contagia una especie de miedo que pronto se transforma en alegría incontenible, inexplicable, pero real.
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Un Ángel desciende ante su presencia y les dice: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace». (Lc. 2, 8-14).
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Dios se hizo hombre y sus ángeles no fueron a anunciárselo a los poderosos, a los ricos, a los Reyes o a los Sumos Sacerdotes. Fue anunciado a los más humildes, pobres e ignorantes. A los pastores. Hoy es día de ser ignorante, pobre y asustadizo para dejarse sorprender por el Niño Dios. Para que ese niño nazca en nuestros corazones inundándonos de Paz y convirtiéndonos en fuente de Su Amor.
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Mas de repente un destello aparece en el fondo de la escena, junto a un regato, en una sucia y maloliente cueva en la que una pareja de inmigrantes roban el espacio a una bestias viejas y cansadas que les miran con curiosidad.
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Ella muy joven, casi una niña, está encinta y por su avanzado estado de gestación parece estar a punto de dar a luz un crio. Él ya maduro y serio, cuida con mimo y delicadeza a su mujer y le procura el lugar cómodo en que haya de ser Madre.
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Las nubes se ciernen sobre la cueva impidiendo la visión de lo que allí ocurre. Se oye un gemido y, al punto, el llanto potente, alegre y entrecortado de un niño. Es un varón sano, con buen color y que ha nacido en un lugar inhóspito, frio y sucio. No parece un buen comienzo desde luego, pero ha nacido rodeado de Amor, ha nacido del Amor. Ha nacido el Amor.
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Algo prodigioso sucede a los pocos instantes del alumbramiento. Una potente Luz baja del cielo, inundando a los pastores pobres, ignorantes y ateridos de frio que notan una presencia extraña y nueva que les contagia una especie de miedo que pronto se transforma en alegría incontenible, inexplicable, pero real.
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Un Ángel desciende ante su presencia y les dice: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace». (Lc. 2, 8-14).
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Dios se hizo hombre y sus ángeles no fueron a anunciárselo a los poderosos, a los ricos, a los Reyes o a los Sumos Sacerdotes. Fue anunciado a los más humildes, pobres e ignorantes. A los pastores. Hoy es día de ser ignorante, pobre y asustadizo para dejarse sorprender por el Niño Dios. Para que ese niño nazca en nuestros corazones inundándonos de Paz y convirtiéndonos en fuente de Su Amor.
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...… Feliz Navidad en la Paz del Señor.
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