José Antonio Martínez-Climent es un amigo virtual que tuvo la deferencia, no suficientemente agradecida, de enviarme un ejemplar, cariñosamente dedicado, de su segunda novela. José Antonio es un ornitólogo que, seguramente, por ver de cerca la vida de los pájaros ha sido capaz de entender mejor la de los humanos. Levantino y docente, es poseedor de una fértil imaginación y una resuelta capacidad de adentrarse en los entresijos del mundo, sea éste real o imaginario, para señalar hacia la Verdad. La novela fue publicada por Verbum en 2016 en un cuidado volumen de cerca de 170 páginas.
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Supe de este libro con anterioridad gracias a mis visitas frecuentes a la bitácora del Marqués de Tamarón, diplomático y escritor, cuyas obras han pasado por estas almenas. D. Santiago Mora-Figueroa escribió hace meses un certero prólogo a esta novela, motivo más que suficiente para prestar la atención debida a este novelista pajarero, dicho sea con todo respeto y cariño.
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Vida y embajadas de Girolamo Farnese, veneciano, es, como bien apunta el prologuista, una ucronía en la que los tiempos discurren sin mesura y los espacios, aunque no siempre, aparecen y desaparecen sin dejar rastro, ya sean Manor Houses, canales venecianos o parajes inhóspitos en lugares apartados de la civilización. Farnese cuenta mil y una aventuras en el correr de sus azarosos años en los que un elenco de personajes, similares a los que un sochantre nacido en la mente de Cunqueiro, se entrecruzan en su vida dotándole así de una existencia amplia, hermosa y decadente en la que se regresa siempre a una Venecia brillante y de aromas no siempre agradables, que se encuentra aproximadamente equidistante entre el Paraíso y Sodoma.
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Climent sabe lo que hace y lo hace bien, dejando un regusto agridulce, mezcla de un Borges de afilada visión, de un Cunqueiro levantino o de un Pla del siglo XXI. Escribe páginas en las que teje, con una fina filigrana de imaginación desbordante y un lenguaje preciosista plagado de eficaces adjetivos, la historia de nuestra propia decadencia.
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Climent sabe lo que hace y lo hace bien, dejando un regusto agridulce, mezcla de un Borges de afilada visión, de un Cunqueiro levantino o de un Pla del siglo XXI. Escribe páginas en las que teje, con una fina filigrana de imaginación desbordante y un lenguaje preciosista plagado de eficaces adjetivos, la historia de nuestra propia decadencia.
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