La actualidad política, tan llena de declaraciones,
pactos, posiciones y desapariciones, comienza a ser una tortura para quienes
gustamos, quizás enfermos de cartesianismo, de las líneas claras y las posturas
definidas ante problemas concretos.
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El esfuerzo y el empeño en alcanzar un acuerdo
entre Pedro Sánchez y Albert Rivera, líderes del segundo y cuarto partido más
votado en las elecciones del pasado 20 de diciembre, se han visto motejados por
críticas sin cuento desde los partidos que obtuvieron el primer y tercer puesto
en número de votos en la mismas elecciones. El PP, por pura soberbia e
incapacidad para el acuerdo y el dialogo, y Podemos, por los resabios
totalitarios que el barniz modernista con que pretenden disimular su ideología
comunista no logra atemperar ni disimular, son parte del problema de la
gobernabilidad y estabilidad de España.
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Ni Rivera ni, menos aún, Sanchez, que es esclavo
ahora de sus palabras y gestos, se adaptan a mis ideas y a mi forma de ver
España, su estructura, sus problemas y los de su gente o la concepción de la
vida moderna. Nunca les he votado ni creo que lo haga en el futuro. Dicho esto,
creo que es de agradecer la apuesta por el diálogo y por alcanzar acuerdos
negociando y cediendo, limando y sentando el acuerdo en las similitudes y
puntos en los que es posible la conformidad sin que sea necesario retorcer la
ideología ni traicionar al votante.
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En las actuales circunstancias, Podemos se
configura como un problema para la gobernabilidad de España y para la
continuidad de la recuperación económica y social. La aplicación inmoderada de
las ideas políticas que salen del laboratorio político de Somosaguas y que han
sido aplicadas ya, con el resultado ya conocido, en Caracas y La Paz, no dejan
lugar a la esperanza. Con Iglesias y sus jaurías digitales, la sombra del
totalitarismo se cierne de nuevo sobre los españoles. Son un gran problema y
confío en la sensatez de los españoles para que esta opción, que ya era caduca hace 50
años, se diluya pronto en el éter electoral.
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El problema del PP y de Rajoy es mucho más complejo
y grave. Por un lado, el PP es, o debería ser, el garante del equilibrio
ideológico junto con el PSOE; una opción seria y responsable de raíz
conservadora e impulso liberal que todavía cuenta con el apoyo de la mayoría de los
españoles. Por otro lado, la actualidad hace que no podamos evitar pensar en el
PP como una organización de malhechores que ha pasado de promover el interés
general y defender ideas, a defender intereses puramente personales. Rajoy,
como líder de esta organización, ha perdido toda la credibilidad, máxime cuando
se encastilla en una postura indefendible que busca su propia permanencia en la
poltrona. Rajoy, que pocas veces fue parte de la solución, ahora es, sin ningún
género de dudas, la parte central del problema.
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