Todavía humeaba el Cuartel de Moncada, en Santiago de Cuba, cuando simultáneamente, en Madrid, la editorial Aguilar publicaba por primera vez el libro Poemas sin nombre, tercero de los libros de la poetisa cubana de Dulce María Loynaz. Corría el año de 1953 y ahora lo tengo en mis manos.
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Por extraños vericuetos llegó este libro hasta aquí. Un libro que me atrajo desde hacía muchos años, sin saber muy bien el porqué. Ahora ya lo sé.
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Este libro, de poco más de 160 páginas, es una colección de 124 poemas en prosa o textos escritos en prosa de una belleza poética que les hace especiales, íntimos, personales. Poemas que nos habla de su infancia, de sus sueños y de sus temores. Poemas en los que Dios es el eje sobre el que todo gira.
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Me resultan especialmente emocionantes el CXX recreando una conversación entre Isabel y María, ambas santas y ambas esperando un hijo, fabulando sobre el futuro de sus hijos. Otro, el CXXIV y último es un canto a su isla, a Cuba de una gran delicadeza y belleza. Pero son quizás los más breves, casi huikus caribeños, los que más asombro y emoción provocan. Son poemas como este, que tantas veces hago mio y que hace el número XXX del libro:
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Me resultan especialmente emocionantes el CXX recreando una conversación entre Isabel y María, ambas santas y ambas esperando un hijo, fabulando sobre el futuro de sus hijos. Otro, el CXXIV y último es un canto a su isla, a Cuba de una gran delicadeza y belleza. Pero son quizás los más breves, casi huikus caribeños, los que más asombro y emoción provocan. Son poemas como este, que tantas veces hago mio y que hace el número XXX del libro:
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Soledad, soledad siempre soñada ... Te amo tanto que temo a veces que Dios me castigue algún día llenándome la vida de ti ...
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