Me he parapetado estos meses frente a la molicie y el aburrimiento, los discursos vacíos repetidos una y otra vez, la miopía política e intelectual, el año perdido en ridículas pugnas partidarias, la constatación de que la representación del soberano pueblo español está secuestrada por unas oligarquías corruptas, todas, si, también las nuevas, llamadas partidos políticos.
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Al final, como era de esperar, el resultado ha sido la proclamación de un candidato cuya fecha de caducidad ha pasado... hace varios años. Mariano Rajoy, ese dinosaurio, deberá demostrar ahora que es capaz de hacer política, es decir negociar, negociar y negociar buscando el bien común para España y los españoles. Sus compañeros de viaje, el inédito Rivera y los cascotes dispersos de un PSOE en llamas deberán dar también la medida de sus grandeza, poca o mucha cuando se trata de encontrar los puntos en común que son muchos.
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Al final del debate de investidura se produjo un incidente protagonizado por un malnacido que viste de negro, representa a un grupo golpista, lo ha sido en tres ocasiones en la historia, por si nos hemos olvidado, y hace triste honor a su apellido. El portavoz del PSOE el pidió que retirara sus palabras, cosa que, claro está, no hizo. Cuando el portavoz socialista reclamó el honor de las víctimas del terror que pertenecieron al PSOE, la ovación espontánea hizo renacer en mi la esperanza. A la ovación de los diputados del PSOE se unieron en pie los de PP, Ciudadanos y ¡¡PNV!!
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Nadie espere grandes cambios, pero esta unanimidad contra un terrorismo que todavía se regodea antes los cadáveres, el gesto de dignidad de un Hernando, que no es precisamente Castelar, o la unanimidad de ciertas fuerzas que aún creen en el Estado de derecho me hicieron volver a tener esperanza en el futuro. Una esperanza que comparte una mayoría de personas sensatas ante los que tontean o simplemente aplauden a los terroristas, que se mantenían sentados aplaudiendo al malnacido, el del partido golpista, al que insulta, al que embiste.
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