Sidney Lumet
fue un director de cine norteamericano fallecido en 2011 y que ganó un Oscar
honorífico en 2004 tras haber sido nominado infructuosamente a un Oscar en
cinco ocasiones. Su larga carrera como director y también guionista comenzó con
la dirección de este largometraje, estrenado 1957 y basado en la obra de
teatro, escrita para la televisión, por Reginald Rose. Esta película fue
nominada para tres Oscar de los que no obtuvo ninguno; además ganó el Oso de
oro en el Festival de Cine de Berlín y un BAFTA, entre otros muchos premios.
Rodada en blanco y negro, la acción se desarrolla en el interior de una sala de
reuniones, pero las interpretaciones de los doce actores, y en especial de Henry
Fonda, hace que el interés y la tensión se mantenga.
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Doce hombres
sin piedad cuenta la actividad de un jurado obligado a emitir un veredicto
en un juicio por homicidio, del que es acusado un joven marginal imputado por
matar a su propio padre. Al principio, tienen una decisión casi unánime de
culpabilidad, con un único disidente de no culpable, que a lo largo de la obra
siembra la semilla de la duda razonable. La historia comienza después de que
los alegatos finales han sido presentados en el caso del homicidio. Al igual
que en la mayoría de los casos penales de Estados Unidos, los doce hombres
deben adoptar su decisión por unanimidad sobre un veredicto de
"culpable" o "inocente". Al jurado se le indica además que
un veredicto de culpabilidad conllevará necesariamente una sentencia de muerte.
Los doce pasan a la sala del jurado, donde empiezan a familiarizarse con sus
respectivas personalidades. A lo largo de sus deliberaciones, no se llaman por
su propio nombre, sino por el número adjudicado. Varios de los miembros del
jurado tienen diferentes razones para mantener prejuicios en contra del
imputado, su raza, su origen o las propias circunstancias personales, como la
conflictiva relación entre un miembro del jurado y su propio hijo.
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Volver a los clásicos siempre es gratificante, por eso, esta película, a pesar de ser ya antigua, no pierde
su frescura ni su interés y, además de ser una de las grandes películas de tema
jurídico, es también un alegato al derecho a la vida y una radiografía de diversos arquetipos sociales
perfectamente extrapolables a la sociedad española actual.
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