domingo, 27 de mayo de 2012

Sobre la "felicidad" y otros desastres

¿Es la felicidad algo sobre lo que establecer un corpus legal que le dé forma, contenido, estatus legal? La Declaración de independencia de los EEUU, escrita por Jefferson en 4 de julio de 1776 decía: "Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, ...".
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Una carta del llamado "movimiento 15-M" al anterior Presidente del Gobierno de España decía, con una notable dosis de cursilería, por cierto: "Sólo un sentimiento me mueve, sólo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la ciudadanía, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz".
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Incluso hace algo más de un año, el parlamento brasileño dio luz verde a una reforma de la Constitución Federal para incluir el "derecho a la felicidad", dejando el artículo 6 de Carta Magna de Brasil así: "Son derechos sociales, esenciales para la búsqueda de la felicidad, la educación, la salud, la alimentación, el trabajo, la habitación, el descanso, la seguridad social, la protección a la maternidad y a la infancia y la asistencia a los desamparados".
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La pregunta que surge ante todo esto es, ¿puede la búsqueda de la felicidad, o su disfrute, ser un derecho? e incluso más, ¿puede ser legislado?
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Si intentan vislumbrar la estampa viva de la felicidad, quizás imaginen un sonriente niño de unos seis años al que sus padres acaban de dar un suculento helado sobre un crujiente cucurucho de barquillo mientras pasean en una plácida localidad costera bajo un sol que calienta pero no quema. La felicidad es, en este caso, la sensación del logro, la culminación de un anhelo, la satisfacción de un deseo largo tiempo perseguido. Algo material sobre lo que gira todo lo demás. Pero la sensación de felicidad de nuestro pequeño protagonista que vive sin problemas, querido y cuidado por los suyos es plenamente real.
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Imaginen ahora que un torpe movimiento, un pequeño golpe imprevisto, leve pero eficaz, hace que la bola del helado caiga al suelo espachurrándose contra el pavimento y quedando irrecuperable para su legítimo dueño. La sensación plena y real de felicidad desaparece transformándose en otra radicalmente opuesta. La desesperación, la incomprensión sobre lo que ha sucedido tornan la felicidad anterior en dolor y tristeza y aparece el sentimiento de vacío que convierte el desconsolado llanto del protagonista en el reflejo de la más absoluta infelicidad.
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Vista entonces la futilidad de la sensación de felicidad extensible a todos los demás aspectos de nuestras vidas cuando lo ciframos en logros materiales, no parece sensato ni correcto legislar sobre este extremo o invocar la felicidad con un fin concreto, sea colectivo o individual, de la política, situándola al mismo nivel que la Justicia o la Libertad.
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La felicidad es un estado del espíritu y por tanto depende de miles de factores de nuestro cambiante estado de ánimo, de la percepción subjetiva u objetiva que tengamos de la realidad y de nuestro grado de aceptación de aquello que nos sea dado. Hoy, Domingo de Pentecostés en un magnífico día para pensar en esto y ser felices... felices de verdad, claro. Con la Felicidad que nos nace dentro y que somos capaces de contagiar.

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