Tras acabar de leer hace poco los Evangelios, he continuado con los Hechos de los Apóstoles, una continuación del Evangelio de San Lucas, y comencé hace un par de meses, más o menos con las Cartas Paulinas que hoy por la mañana he terminado de leer.
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He de reconocer que tras la lectura de los Evangelios, que me dejaron en estado de shock, si me permiten la expresión, las cartas de San Pablo me resultaron menos clarificadoras, menos directas y más arduas en su asimilación. Creo que han de tomarse de una manera diferente, y para asimilarlas en profundidad, hay que tener en cuanta su propósito, que era el que en aquella época San Pablo les dió, es decir, el dar noticias, consignas, clarificar posturas y animar a la evangelización a las primeras comunidades cristanas que nacían a orillas de mar Mediterráneo.
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De las catorce epístolas, cuatro son personales,
las que envía a sus discípulos Filemón, Tito y dos a Timoteo. El resto son
colectivas y enviadas a las Comunidades formadas en diferentes lugares, en concreto
son dos a los Tesalonicenses, a los Gálatas, dos a los Corintios, a los
Romanos, a los Filipenses, a los Colosenses y a los Efesios. La última de las
cartas es la Epístola a los Hebreos, cuyo autor, al parecer no es propiamente Pablo. sino alguien próximo
a él y con la misma mentalidad paulina.
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Su lectura ha sido clarificadora, necesaria y tranquilizadora, en definitiva, un paso que todo cristiano debería dar ya que la situación en las que se encontraban las primeras comunidades del siglo I d.C. no difiere mucho de la que vivimos en este Occidente paganizado y lleno de falsos profetas.
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Siempre he fabulado con la posibilidad de que San Pablo, tras su más que probable visita a España en el año 53 d. C., se vió tentado en escribir una "Carta a los Celtíberos", que nunca envió por que, quizás, los dejó por imposibles...
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