Como ya advirtió este Baluarte hace casi dos meses, la situación de seguridad se deteriora por momentos en la península coreana. La comisión técnica que analizó el hundimiento de la fragata sudcoreana, que causó 46 muertos, hace unas semanas ha determinado que fue, con toda certeza, hundida por un torpedo norcoreano disparado, seguramente, por un submarino en aguas en litigio.
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Corea del Sur ha pedido a la ONU sanciones internacionales contra su gemela comunista del Norte, medidas que, como siempre sucede en los regímenes totalitarios afectan en exclusiva a la población que, dirigida por un buen aparato de propaganda interno, bien puede conseguir los resultados contrarios a los esperados. En estos momentos el comercio entre ambos paises coreanos ha sido suspendido mientras se ha producido en el Sur la detención de agentes de inteligencia que trabajaban para Pyongyang. La frontera más militarizada del mundo y en la que se encuentra el mayor diferencial económico entre los habitantes de ambos lados de la alambrada, está al borde de las llamas.
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EEUU ha ordenado a sus numerosas fuerzas estacionadas en Corea del Sur coordinar con Seul una respuesta a una posible agresión del Norte y organizan unas maniobras navales en la zona. Pero los EEUU pretenden que la situación no entre en una espiral bélica que pudiera llevar a un conflicto regional en el que se verían implicadas las tres primeras potencias económicas mundiales, los EEUU, China y Japón. Pero al mismo tiempo, no se puede admitir el ataque norcoreano sin que se tambaleen los pilares mínimos del derecho internacional y sin enviar a Pyongyang el claro mensaje de que cualquier acción armada debe tener un coste elevado.
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Pero... ¿como hacerlo ante un país que no tiene nada que perder y posee armas nucleares? Hillary Clinton se encuentra ante un peligrosísimo dilema que dará muestra, o no, de sus dotes diplomáticas. Por fortuna, del otro lado, contamos también con 5.000 años de experiencia diplomática y sabiduría china.
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