lunes, 22 de febrero de 2010

Ojos que no ven de J. Á. González Sainz

La primera noticia de esta novela vino a través de un artículo de Jon Juaristi en el ABC del 27 de diciembre pasado. La lectura del artículo de Juaristi de los domingos forma parte de mi liturgia dominical y suelo estar de acuerdo con él. Su comentario de la última novela de J. Á. González Sainz, no fue olvidada y la lectura de Ojos que no ven, ha sido una agradable experiencia.
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González Sainz es soriano, profesor de literatura en la Universidad de Venecia, vecino de Trieste y narrador excepcional que se ha prodigado poco en su producción, motivo por el cual sus novelas, a decir de los críticos, son una destilación serena y perfeccionista de años de trabajo de fina literatura.
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Ojos que no ven es una metáfora sobre el terrorismo y las tragedias que esconden en su cotidianeidad las familias afectadas por él, ya sean como víctimas o por tener un miembro, en este caso de ETA, en casa. Es también una reivindicación de los emigrados a tierras vascas que para "adaptarse" y sobrevivir en el ambiente hostil de los últimos años 70 u 80 en que se sitúa una parte de la acción tuvieron que sufrir la incomprensión y la violencia o bien unirse a las huestes de los forajidos o a quienes impunemente les apoyaban. En la sencilla familia rural soriana que protagoniza la novela se manifiestan las dos posibilidades provocando la destrucción de la familia de sus relaciones y de todo lo que les rodea. Esta situación da pié al autor a usar una serie de metáforas, como la de los caminos que se recorren a diario y sobre los que se transitan las historias cotidianas, los miedos y los recuerdos. O la muy significativa sobre las aves carroñeras que habitan cerca de la casa familiar de Soria donde los elegantes y astutos alimoches se aprovechan del trabajo brutal y sangriento de los quebrantahuesos.
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Una historia sencilla y trágica, que es también una profunda reflexión sobre la paternidad y sus responsabilidades, es librada en tres momentos históricos que marcan el destino de los personajes y que ayudan, mientras se disfruta de una literatura de altísimo nivel, a comprender la tragedia que aún hoy se vive en algunos pequeños pueblos guipuzcoanos, donde la violencia es sutil, destruye a las personas sin pegar un sólo tiro, excluye a los "contrarios" sin que haya salvación posible fuera de la aplastante ideología monolítica que, por suerte, comienza a ser ya una triste parte de la historia que arrasó de forma silenciosa miles de vidas sin llenar las páginas de los diarios ni abrir los telediarios.
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Este libro es una vacuna contra el olvido de esos miles de vascos y de emigrantes que llegaron a buscar una vida mejor y que sólo encontraron la exclusión, la incomprensión o la huida cuando no la muerte.

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