Sintra es una pequeña localidad situada a unos 30 kilómetros al Norte de Lisboa sobre una verde montaña plagada de palacios, villas suntuosas, a veces también ruinosas, y árboles centenarios, caminos tortuosos y cuestas empinadas, silenciosos jardines franceses e historias jamás contadas que se ocultan tras las sombras de los árboles, de amores imposibles, de traiciones sin cuento, de secretos insondables y de conspiraciones y negocios turbios, de logias masónicas que preparaban regicidios y de turistas inglesas que buscaban el exotismo, sin darse cuenta que ellas eran los únicos seres absolutamente fuera de lugar en este decadente paraiso verde donde aún se oyen tocar guitarras en los callejones que, atónitos, presencian también las apresuradas carreras de unos japoneses que consultan un mapa del revés.
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Así es Sintra, o al menos así lo he visto y vivido varias veces. Pero para eso es necesario pasear despacio, sin prisa y sabiendo que al final del camino hay una copa de vino blanco, fresco, esperando sobre una mesa solitaria donde antes se sentaron varias decenas de japoneses y un puñado de señoritas británicas luciendo su exótico y poco atractivo rictus y su amaneramiento que resulta tan poco elegante que nadie duda de su no "ibericidad".
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Al fin, sobre la mesa una vela ilumina la soledad del momento, los pensamientos alegres, o no, de quien la contempla en la espera de un plato donde el cadáver de un animal acuático sin patas será presentado para deleite de quien ha encontrado el lugar donde, entre fogones y pucheros, esparaba el pez su visita, conviertiéndose así el visitante en ambulate enterramiento del manjar. Y llega. Y se acaba entre sorbos del elixir de la vida, de esa mezcla de sol, tiempo y uvas, que alegra los corazones y ennoblece los espíritus cuando lo consumen con mesura y veneración.
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Pero eso, podrán decirme, ocurre también fuera de Sintra, y les debo dar la razón, pero no me permitan fabular. Yo les contaré sólo lo que he vivido, y lo he vivido aquí, junto al Palacio da Pena. Y no por casualidad.
2 comentarios:
Estás preparado para escrever um guia turístico.Daqueles, meio fantasiosos meio informativos, que sugerem ao viajante um percurso sentimental.
Uma guia é posivel escrver mas é preciso viver e sentir o que as pedras estam a dizer.
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