Sé que es una película que ya no se encuentra en las carteleras, pero el videoclub de mi barrio tiene una selecta colección de esas películas que no vi en su momento y que ahora, gracias a elos, se me presenta la oportunidad de disfrutar.
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Gran Torino, estaba en la larguísima lista de películas pendientes. Dirigida y protagonizada por Clint Eastwood presenta una fábula urbana que tomando como protagonista al amargado Walt Kowalski, viudo y malencarado vecino de un pueblo de Michigan en un barrio que cuenta con mayoría vietnamita.
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Un sacerdote católico, que juega un papel secundario y poco lucido durante toda la película se convierte en el eje excéntrico sobre el que va a girar un brillantísimo final. Ha de advertirse que si va a ver esta película como iría a ver Harry el Sucio, le va a defraudar, ya que no va a poder ver la conclusión habitual en estas cintas del género "poli duro". Así que abra los ojos y déjese llevar por esta deliciosa y tierna fábula, incluso con sus escenas violentas y su lenguaje descarnado, sobre los sentimientos de culpa y el sentido del perdón, sobre la naturaleza de la vida y de la muerte y sobre el valor de la amistad y el compromiso coherente hasta sus últimas consecuencias.
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La película es tan buena y el mensaje tan claro y nítido que era imposible que le dieran un Oscar o premio similar. Pero verla con la mente abierta es todo un premio para el espectador que la disfrutará mejor horas después de su final.
1 comentario:
Es cierto. Yo la vi hace unos días aprovechando una tarde de Rodríguez y coincido en todo con lo expuesto.
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