Lo comentamos ya en este blog con motivo de la crisis alimentaria que se recrudece en el tercer mundo. Y con maestría lo comentaba Mark Steyn en el The New York Sun el pasado 28 de Abril, en su artículo "The biofuels debacle", La debacle de los biocombustibles o "El desastre de los biocombustibles" como lo han titulado varios medios españoles en sus traduciones. Traducción que no podemos evitar añadir a este blog por ser muy necesaria otra opinión ante el debate del calentamiento global ante el pensamiento único "oficialista". Pero también por lo brillante, descarnado, irónico y realista que es. Por la verdad que contra medidas que fueron, en su día, de dudosa utilidad y que se han mostrado ahora criminales. Disfruten del pensamiento abierto y sensato sin ataduras ideológicas. Disfruten de la libertad de pensamiento y de la sensatez.
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El desastre de los biocombustibles, por Mark Steyn
La semana pasada, la revista Time publicaba en su portada la fotografía del icónico Cuerpo de Marines de los Estados Unidos izando la bandera en Iwo Jima. Pero con una diferencia: la bandera había sido reemplazada por un árbol. El director editorial de Time, Rick Stengel, se mostró encantado con los chicos de grafismo por crear esta agradable imagen. Gracias a la televisión, entró en todas las salas de estar elogiando este ingenioso retoque visual que representa lo que él considera el mayor desafío al que se enfrenta la humanidad: "Cómo ganar la guerra contra el calentamiento global".
¿Por dónde empezamos? La verdad es que en los últimos 10 años no nos hemos estado calentando, sino enfriando ligeramente, motivo por el que los ecoguerreros han adoptado a ese hombre del saco para todo llamado "cambio climático". Pero supongamos que los editores de Time no estén aludiendo al siglo en el que vivimos, sino al anterior, cuando tuvo lugar un incremento medido de la temperatura de alrededor de un grado. De eso trata "la guerra": un grado.
Si la izada de árbol es un Iwo Jima, un aumento de un grado no equivale precisamente a Pearl Harbor. Pero el general Stengel quiere involucrarnos en una guerra preventiva. Los editores de Time serían los primeros en deplorar un militarismo de ese tipo si se aplicara, pongamos por caso, al programa nuclear de Irán. Pero la apropiación del lenguaje bélico para todo lo que no sea una guerra de verdad se ha convertido en costumbre entre la opinión progresista.
De manera que ciñámonos al árbol. En mis dominios de New Hampshire, tenemos más árboles que hace 100 ó 200 años. Más de un 90% de la superficie de mi ciudad está cubierta de masa forestal. Unos cuantos árboles más y tendría que ir de liana en liana para hacerme con mi ejemplar de la revista Time. Lo mismo ocurre en Vermont, donde no hace mucho me encontré, en un atasco en St. Albans, detrás de un partidario de Hillary al volante de un coche con una pegatina que decía "Para salvar los árboles, echemos a Bush". Muy gracioso. Y aún más si pensamos que al norte, sur, este y oeste de la autopista 7 no hay sino arces, abetos, abedules, pinos y demás. Si Vermont se hunde en el fango, no será por falta de árboles.
Así que, ¿exactamente dónde quieren plantar su árbol los generales de la revista Time? Seguramente en suelo extranjero, como en Iwo Jima. Son todos esos tipos del Tercer Mundo que hacen el mico con sus selvas tropicales los que se niegan a compartir el sofisticado respeto euro-americano al árbol. En la iconografía de Time, el árbol es la divisa y la enseña del eco-colonialismo.
¿Y en qué isla perdida ha sido plantado? Jacques Eduard Alexis, primer ministro de Haití, fue apartado de su cargo el 12 de abril. Por lo que a su lugar en la historia respecta, podría caberle el honor de ser el primer jefe de estado víctima del "calentamiento global" o, al menos, de la "guerra contra el calentamiento global" que la revista Time es tan propensa a emprender. Al menos cinco personas han sido asesinadas en Port-au-Prince durante los tumultos ocasionados por la carestía de los alimentos. Desde el pasado verano, los precios se han disparado un 40 por ciento. Según las informaciones de Deroy Murdock, en estos momentos algunos ciudadanos están subsistiendo a base de galletas hechas de sal, aceite vegetal y (mmmm) desechos. Galletas basura: ¿nutritivas, sabrosas y baratas? Bueno, una de tres no está tan mal.
Al contrario que "el calentamiento global", los disturbios ocasionados por los alimentos sí son un fenómeno planetario, de Indonesia a Pakistán pasando por Costa de Marfil, los episodios violentos por el precio de las tortillas en México e incluso las manifestaciones por la pasta en Italia.
¿Qué ha pasado? Bueno, pues que los gobiernos occidentales escucharon a los eco-guerreros e introdujeron algunas de las "medidas para tiempos de guerra" que habían estado pidiendo. La Unión Europea decretó que antes de 2010 el 5,75% de la gasolina y del diesel tendrían que proceder de "biocombustibles", y que para 2020 esta proporción debía alcanzar el 10%. Mientras tanto, Estados Unidos añadió al subsidio de 51 centavos al etanol la orden de que antes de 2022 se haya quintuplicado la producción de "biocombustibles".
El resultado es que Papá Estado logró de un golpe lo que el libre mercado nunca podría haber conseguido: convertir el suministro de alimentos en un negocio subsidiario de la industria energética. Cuando desvías el 28% del grano norteamericano a la producción de combustibles y lo haces artificialmente más valioso como combustible que como alimento, ¿por qué te sorprendes si poco tiempo después tienes menos que comer? O, siendo más precisos, no es "usted" quien tiene menos para llevarse a la boca, sino esos campesinos hambrientos de países distantes por los que usted afirma preocuparse tanto.
Ahí queda eso. En el gran teatro del mundo, unos cuantos nativos muertos de inanición con vientres dilatados son un pequeño precio a pagar con tal de salvar el planeta, ¿no? Excepto que convertir comida en combustible es algo que para empezar no le sirve de nada al planeta. Ese árbol que los marines norteamericanos están izando en Iwo Jima probablemente sería talado para abrir espacios destinados a un campo de producción de maíz para etanol: los investigadores de Princeton calculan que hasta la fecha, la "deuda de carbono" generada por el arboricidio de los biocombustibles no se amortizará hasta dentro de 167 años.
El desastre de los biocombustibles no es más que fanatismo sobre el calentamiento global reconcentrado: las primeras víctimas del ecologismo farisaico siempre serán los países en desarrollo. Para que usted pueda echar biocombustible en su Prius y sentirse bien consigo mismo sin motivo alguno, gente de carne y hueso en lugares lejanos tendrá que pasar hambre hasta morir de inanición. El 15 de abril, The Independent, un rotativo británico impecablemente progresista, editorializaba:
La producción de biocombustible está devastando enormes franjas del medio ambiente del mundo. Así que, ¿por qué demonios el Estado nos está obligando a consumir más?
¿Desea The Independent una respuesta corta? Porque el Estado cometió el error de escuchar a medios como The Independent. He aquí al mismo periódico en noviembre de 2005:
Por fin, alguna señal refrescante de pensamiento inteligente en materia de cambio climático procedente de Whitehall. El ministro de Medio Ambiente, Elliot Morley, ha dado a conocer hoy en una entrevista con este periódico que el Gobierno está elaborando planes para imponer "obligaciones de biocombustibles" a las petroleras... esta medida posee el potencial de ser la mayor innovación verde en el mercado petrolero británico desde la introducción de la gasolina sin plomo...
Etcétera. No serán los militaristas del movimiento ecologista quienes cosechen lo que pidieron que se plantara, pero a nosotros no nos debería caber duda de a quién echar la culpa: a los activistas tiránicos, a sus animadoras mediáticas y a los políticos veletas que reiteran que "la ciencia ha decidido" y que aquellos que cuestionan si existe o no una crisis son (según la designación del llamativamente poco demacrado Al Gore) "revisionistas". Todos y cada uno de los tres candidatos presidenciales han bebido el Tang-etanol y están comprometidos con soluciones al estilo de Papá Estado. Pero como confirma el giro de The Independent, que de tan cerrado derrapa, los eco-santurrones no están obligados a ser consistentes. Los políticos que navegan según sopla el viento no deberían sorprenderse si descubren que la suave brisa procede ahora de la turbina de los medios, y que acaba de cortarles las alas.
Independientemente de si tiene lugar un calentamiento o un enfriamiento global muy ligeros, no hay necesidad de una "guerra" contra ninguna de las dos cosas, y ninguna de soltar una plaga de eco-langostas sobre el suministro de alimentos. Así que, ¿por qué sorprenderse si las soluciones totalitarias a problemas legendarios acaban provocando una devastación real? En cuanto al árbol de Time, que lo planten cuanto antes: servirá para ocultar la visión de los campesinos hambrientos que se vislumbra en el horizonte.
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