Un reciente viaje a Córdoba me permitió recordar y descubrir viejos sabores, platos renovados y tradiciones antiguas que se conservan entre pucheros y fogones en la ciudad califal.
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Comenzó la jornada con un sencillo, completo y abundante desayuno. Tostadas con aceite de oliva, ¿cuál si no?, y tomate acompañando a un café caliente. Dio tiempo a probar, con mesura, la "manteca colorá" y la zurrapa, especialidades autóctonas que bien pueden degustarse a cualquier hora. Con suficiente energía se comenzó la intensa visita que permitió varias paradas para las necesarias colaciones, parte fundamental de la visita cultural. Y ahora me van a permitir un poco de desorden.
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Visitamos diversos locales entre los que destacan los céntricos, sencillos y tradicionales Casa Pepe de la Judería, Casa Rafaé o la Bodega Mezquita; o, en visitas más breves, El Caballo rojo, quizás el mejor de los restaurantes cordobeses, o a la Taberna Santos que en un local minúsculo ofrece una tortilla de patata impresionante por su tamaño y por su sabor.
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La calidad fue siempre extraordinaria, cosa muy de agradecer en una ciudad turística donde suele haber bluffs sólo para japoneses. No fue el caso. Olorosos, finos y amontillados fueron los vinos que acompañaron las comidas en las que buscamos los platos tradicionales, Salmorejo, Berenjenas fritas con miel, de receta sefardí, guisos de Rabo de toro, Flamenquines y todo un repertorio menor de platos extraordinarios.
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