lunes, 14 de julio de 2014

Plasencia. Arte y relax, comida y buen vino


Un súbito sentido de huida se apodera de mi con incierto frenesí en determinados momentos del año, sobre todo en las épocas que animan a la ociosidad o a la simple pereza. No lo puedo evitar. La huida, cualquier huida, no tiene sentido si no se hace hacia algún lugar en el que se satisfagan las perentorias necesidades sentidas que suelen estar vinculadas, en mi caso a una creciente misantropía, virtud (no lo duden) que me permite disfrutar de momentos deliciosos de contemplación de paisajes poco visitados o edificios singulares o personas de extrañas costumbres, que, complementando el entorno, son siempre lejanas e inanes. He de decir que en estas huidas procuro ir acompañado de la única persona a la que, por formar conmigo, años ha, una sola carne, no considero en absoluto ajena.
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El lugar elegido esta vez para la, siempre demasiado breve, huida fue la villa renacentista y amurallada de Plasencia, en la provincia de Cáceres, casi limítrofe con Salamanca y Ávila, a los pies de Gredos y bañado por el río Jerte, regador de cerezas y pasivo testigo primaveral de blancas floraciones. Allá fuimos con libros y ganas de pasear, pero poco, comer y beber con moderación los productos de la tierra y hablar de lo divino y de lo humano. El propósito fracasó parcialmente ya que la moderación gastronómica no fue tal. La culpa fue del Restaurante El Chamizo que con buen oficio y no poco arte, nos ofrecieron buen vino y mejores viandas a las que sucumbí. Además, los desayunos y otras colaciones, complementaron el exceso, sólo compensado por la tranquilidad, el sosiego y la paz que se disfruta en el Parador de Plasencia donde me solazaba.
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Los paseos por la parte antigua de esta pequeña villa son deliciosos. Tomar un refrigerio en la concurrida Plaza Mayor, donde se puede ver el ayuntamiento, con su reloj animado, o visitar las catedrales, la vieja románica, cuyo rosetón cubierto con alabastro pueden ver arriba en la foto, y la nueva, que envuelve a la antigua, churrigeresca, consiguiendo una perfecta simbiosis, son una experiencia única donde historia, arte y religión se unen como quintaesencia hispana.
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Lo malo de disfrutar de un fin de semana en un lugar pequeño y tranquilo como Plasencia es que se hace más duro el regreso a la urbe fagotizadora de calma y alteradora de mis días y mis noches... Necesito volver a huir.

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