lunes, 14 de octubre de 2013

Recuerdo y sabor en el Loliña de Carril


En Carril, pequeña villa marinera  de la provincia de Pontevedra, situada al fondo de la Ría de Arosa, se encuentra la casa solariega familiar, lugar de vida y muerte de varias generaciones donde pasaba mis veranos, y aún continúo haciéndolo. Existían allí una serie de lugares donde en la cocina se hacía magia y se extraían de los productos del mar los sabores más exquisitos que yo recuerde.
.
En mi casa siempre hubo sobre los fogones humeantes pucheros dispuestos a asombrar al comensal. Otros lugares, como los varios restaurantes que imperan en Carril acentúan ese sentimiento gastronómico único. Años antes de que yo naciera se abrió un pequeño restaurante que en el imaginario familiar, que después hice propio, se situaba en la cúspide. Se trata de Loliña que ostentó durante años una estrella Michelín fruto de un trabajo, esmero y dedicación a mantener la tradición y la calidad sin claudicar ante modernismos y tecnológicas imposturas.
.
Desde mi infancia, Loliña se adueñó de mi imaginario para hacerlo sinónimo de elegancia, buena mesa, asombro, amistad, servicio esmerado, sabores siempre nuevos ... además de celebración familiar, reunión de amigos, degustación exclusiva y animada tertulia. 
.
Las almejas a la marinera, allí, adquieren el estatus de obra de arte con la enorme ventaja de que se crían a escasos metros de la mesa en la que va a tomarlas; por no hablar de los excepcionales chipirones en su tinta o las vieiras, nécoras, camarones o centollos, todos capturados en las proximidades. Los pescados de la ría, siempre "de pincho", como el rape o la merluza, no necesitan de especiales mimos para elevar el paladar a lugares que en pocos sitios del mundo se pueden alcanzar. La bodega es, en cuanto a vinos gallegos, de lo mejor de la zona sin descuidar los productos de otras zonas de España o Europa.
.
Pero este sitio me trae, sobre todo, la evocación de una infancia feliz, de tertulias amigables e instructivas donde el ansia por saber, el delicado y preciso uso de la palabra, la serena discrepancia, el respeto, la ironía y el buen humor se sobreponían a cualquier otra consideración dando fin a la tarde entre copas de orujo, de aguardiente de hierbas o de un excelente cognac francés, mientras el sol, que había calentado la mañana, se despedía hasta mañana sumergiéndose en la ría de al lado, al otro lado de las montañas, camino de Compostela.

2 comentarios:

LFU dijo...

Desde luego, es de visita obligada. y, a partir de ahora, espero que cuelguen tu entrada en el restaurante....

JMM dijo...

Mejor un buen brandy que un cognac francés