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Pero allí mismo, ante el infinito abismo de la noche, se percibía un rumor dulce, como el acompasado motor de un alma, el tenue hálito que calentaba el espacio y helaba el tiempo. Haciendo que aquella sima oscura y mortal se convirtiera, por efecto de la mayor de las posibles fuerzas, y sin mudar su incertidumbre de ébano, en un canto de esperanza, en la promesa de un sol, de un nuevo día, en una luz gélida que matará la tiniebla, en la estrella de la mañana, en una marfileña sonrisa matinal.
En el tiempo helado por el rítmico sonido recordé paisajes y sonrisas, lágrimas y pesares, rezos y paseos. Sumergido en aquel negro abismo, ya dulcificado por su presencia, recordé que el sol sale siempre y que vivo y viviré, no porque sienta la noche aplastar mis sueños sino porque cada mañana una sonrisa me da esperanzas y alimenta mis sueños.
Un Avemaría y una caricia bastaron para espantar las negras mariposas de la noche.
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