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En los últimos días, algunos latinoamericanos ilustres, como el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti y Enrique Iglesias, secretario ejecutivo de la Cumbre Iberoamericana y con su corazón partido entre Uruguay y la Argentina, escribieron artículos en los que ponderaron el papel del rey Juan Carlos en el proceso de democratización de América latina.Ese papel está más allá de las dudas: el rey fue un emblema de los años 80 porque él había conducido también una exitosa transición entre una dictadura y una democracia moderna. El rey fue también, en el caso argentino, uno de los pocos líderes del mundo que pidieron por la Argentina ante dirigentes y organismos internacionales durante la gran crisis de principios de siglo.
Argentinos y uruguayos tienen ahora la oportunidad de demostrar que el rey no es sólo una autoridad constitucional de España, cuyo papel se encuentra por encima de las facciones políticas, sino también una autoridad moral en América latina. Aquí está, de igual modo, por encima de las fugaces parcialidades. El favor que pueden hacer no es personal y ni siquiera atañe a España. Consiste sólo en la imprescindible reconciliación de dos hermanos. Pero podrían perjudicar demasiado al rey si la noticia fuera la de un fracaso. Ambos, en cambio, podrían ayudar al monarca a superar las dificultades que lo acosan en su crispado reino".
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