sábado, 25 de marzo de 2017

Beato Luis Belda, ruega por nosotros

El 25 de marzo, nos reunimos una parte de la familia de mi esposa en Aguadulce, Almería, para celebrar que la Iglesia reconoció las virtudes heroicas de 115 mártires muertos por defender su fe y haber sido martirizados entre 1936 y 1939 por miembros del Frente Popular, en el poder en esa provincia durante el conflicto que asoló España esos años.
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Cerca de cien sacerdotes de diversos pueblos de la Diócesis de Almería fueron asesinados por el mero hecho de ser cristianos y ejercer su ministerio. Junto a ellos, un grupo de laicos fueron también asesinados. Este grupo incluye a una joven de 23 años, la canastera de Tíjola, primera mujer gitana en subir a los altares a quien sus carceleros dejaron morir en la celda pocas semanas antes del final de la guerra.
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Pero lo que reunió a la familia fue la elevación a los altares de Luis Belda Soriano de Montoya, abuelo de mi esposa, abogado del Estado, miembro de la Asociación Católica de Propagandistas y padre de seis hijos, el último de ellos póstumo, asesinado el 15 de agosto de 1936. Entre más de los 50 familiares, algunos venidos desde América, incluía a tres hijas del nuevo beato, una de ellas mi suegra.
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Fue un día verdaderamente emocionante, festivo y memorable que llevaré siempre en mi memoria. Bajo el sol del Mediterráneo, frente al mar una gran cantidad de fieles asistimos a una Eucaristía concelebrada por más de 40 obispos junto al Cardenal Amato, que representaba al Papa Francisco.
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La vida y muerte de Luis Belda ha impregnado e influido el devenir de esta familia. La última vez que el beato vio a su esposa le dijo: "Haz saber que perdono a todos los que me han ofendido y a los que me puedan hacer daño, de todo corazón". Y ese es, precisamente, el espíritu que ha permanecido en la familia, donde el olvido y el perdón han sido parte del necesario alimento para la reconciliación.
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Beato Luis Belda, ruega por nosotros.

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