Hoy he terminado la lectura del Nuevo Testamento. Tras haber leídos los Evangelios, los Hechos de los Apóstoes, las cartas de San Pablo, las tan desconocidas, breves e intensas Cartas Católicas de Santiago, San Pedro, San Juan y San Judas, me enfrenté al Apocalipsis hace un par de semanas.
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De esta revelación, que eso precisamente significa Apocalipsis, hecha a San Juan había leído partes, algunos versículos sueltos fuera de contexto y siempre había quedado confuso, con la idea común de que era un retrato del "fin del mundo". ¡Qué error! El Apocalipsis es un libro que infunde una gran esperanza, la esperanza de la salvación. No se puede negar que se decriben sufrimientos sin cuento, destrucción y, bajo signos crípticos, como sellos, trompetas, ángeles o dragones, se describen escenas apocalípticas, nunca mejor dicho. Pero, como humanos el sufrimeinto es inherente a nuestra naturaleza y lo ahí descrito no ha de ser muy diferente a las guerras, hambre y sufimiento, a los grandes infernos interiores que nos acosan y nos destruyen por dentro, En cambio la certeza de la victria final de Dios sobre el Mal, sobre la Bestia, es algo que nos tiene que llenar de Paz.
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Hace poco leí que Simone Weil, la filósofa agnóstica francesa, lectora y conocedora de los Evangelios, decía que para ella eran más una Antropolgía que una Teología, es decir en estos libros está la comprensión de la naturaleza humana, junto con el major acercamiento posible a Dios, junto con la oración.
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La lectura del Nuevo Testamento debe ser algo continuo y permanente en la vida del cristiano, dedicando, si acaso, unos minutos cada mañana o cada noche a un par de capítulos. Esta es la verdad relevada por Dios a través de su Hijo y si quremos vivir con coherencia este es el primer paso a dar.
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