viernes, 9 de julio de 2010

Generación 80, artículo de Javier Carballo

Leía esta mañana en el ABC el magnífico artículo de Carlos Herrera, uno de los pocos grandes periodistas que quedan en España, Hambre de Nación, en el que hacía referencia a otro de Javier Carballo. Lo localicé y se lo copio porque merece la pena leerlo.
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Generación 80
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España estaba oculta como pasión. Olvidada como sentimiento, perdida como emoción. España no contaba en el guión, no aparecía, pero estaba, latía en el fondo. Y ahora, de repente, surge impetuosa y estalla en las avenidas, en las fábricas y en los bares. En tu casa y en la mía. Se llenan los balcones de banderas, ondean en todas las calles, se desparraman los colores en las caras pintadas, en la espalda de los jóvenes que corretean por las aceras con la bandera anudada al cuello, en forma de capa. Labios rojos, sonrisas azules y pelos amarillos. ¿Es sólo fútbol? No, es España.
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Hemos atravesado siglos de penumbra y de tiesura, de hidalgos canijos y plata vieja, de caciques flatulentos y niños descalzos; cuando la historia es una pendiente, cuando una sociedad se acostumbra a vivir junto al abismo, ninguna patria es posible porque la patria no pueden ser frustraciones y lamentos sino orgullo y esperanza. Cuando la historia de un país sólo produce dolor, el único sueño posible es retirarse a un pueblo junto al mar y no leer, no sufrir, no escribir. Sin hacienda y sin memoria, como el poeta, retirado en «un pueblo junto al mar de un viejo país ineficiente, algo así como España entre dos guerras civiles». Generaciones enteras han sentido España como un problema o una traición, como una angustia, una desilusión, un desencanto. Tres grandes imperios ha habido en la historia, Roma, España y Estados Unidos, pero está tan lejos la gloria, ha sido tan dura la caída, tan alto el coste de aquella ensoñación, que en la memoria colectiva ya sólo queda España como una derrota, un sueño roto, un imposible. La realidad de ser español es su propia limitación sentimental, porque España, como pasión, como patria, tiene un recorrido muy corto; España, ya lo dijo el filósofo, sólo se siente como un problema, «un problema primario, plenario y perentorio», o como un dolor, «España es un dolor enorme, profundo, difuso».
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España estaba oculta como pasión, perdida como satisfacción. Pero, de pronto, los balcones se llenan de banderas. Y cantan por las calles «soy español, español, español». ¿Es sólo fútbol? No, es España. Suelen repetir los futbolistas de la selección española que su generación se merece este triunfo, merecen haber roto con la maldición histórica de los campeonatos de fútbol, de no haber logrado nunca nada. Esa generación de jóvenes, cuando se mira, no se reconoce en la resignación ni en la derrota. No se identifica con sueños rotos ni frustraciones; no representan a un viejo país ineficiente sino un país moderno que tiene su estilo de juego, y lo conserva y lo defiende con independencia de lo que hagan los demás, sean quienes sean. No viven con la punzada de la desunión y el desencuentro, del cainismo, sino que se muestran al mundo como un equipo humilde y unido, esforzado y genial. Esa generación de jóvenes nació en los 80, cuando la democracia ya era una realidad asentada en España, cuando ‘el cambio’ superó a la Transición, la dejó atrás, y España soñó como hacerse moderna, europea. Mientras otros hablan del pasado, de la desunión, del rencor, esa generación tendría que rescatar a España como pasión, como orgullo, como satisfacción. Esa generación merece superar la frustración de España mucho más allá de los campos de fútbol. Pase lo que pase esta noche.

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