Durante años he oído que eso que
llaman "el espíritu de la Navidad" había quedado sepultado por una
ola imparable de consumismo, de luces y sonido sin significado y por champán que
era lo único capaz de "garantizar" la felicidad en almas atormentadas
y que viven un espejismo de alegría momentánea de forma artificial, falsa,
ocultando un vacío de magnitud sideral.
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Todo esto, como idea, está muy bien, pero año tras año
parecía, y sigue pareciendo, incluso entre los cristianos que lo más importante sigue siendo el champán, la
comida copiosa, la luz indirecta, el sonido enlatado, los villancicos sin letra,
la alegría etílica, los regalos de marca y, por supueso, el turrón. ¡Cómo nos atenaza el consumo, la materia y la
artificiosa agitación del momento!
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Por circunstancias que no vienen al caso, esta Navidad
estoy solo, es decir, rodeado de personas que celebran la Navidad "a la occidental", con cenas
copiosas, alcohol y ruido. Soledad absoluta que me va a permitir, quizás por
primera vez en mi vida, vivir la Navidad con la alegre sencillez de los
cristianos, con la humildad de los pastores, destilando cada segundo en alabanza a la Gloria de Dios.
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Hoy hemos de liberar nuestro corazón de la agitación del
mundo, de sus falsas señales, de sus riquezas materiales y acercarnos
humildemente a arrodillarnos ante un niño recién nacido, ante el Salvador
que viene a nuestro encuentro.
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Como Dios ha nacido de María, dejémosle que también
nazca en nuestros corazones, en nuestras almas, llenándonos con su Paz y su Luz.
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En esta noche santa como ninguna, desde este solitario Baluarte, os deseo a todos una humilde, santa y muy feliz Navidad.
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En esta noche santa como ninguna, desde este solitario Baluarte, os deseo a todos una humilde, santa y muy feliz Navidad.
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