Siempre he pensado que cuando se me acerque, de forma irremediable y fácilmente identificable, la muerte voy a tener o bien prisas por acabarme el libro que esté leyendo en ese momento, o bien tendré dudas sobre si empezarme otro, yo, que soy psicológicamente incapaz de dejar sin terminar un libro. Supongo que cuando llegue tal momento, no tendré muchas ganas de leer... o si. Divagaciones estériles de cualquier forma.
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El caso es que hace un par de noches, ya tarde, terminé de leer el Castilla de Azorín y dado el tamaño de esta edición decidí levantarme a colocarlo en la librería. Ví entonces que no tenía sitio ya que "nació a la vida" en mi mesilla de noche, torre de p(b)ap(b)el que acompaña mis desvelos y mis descubrimientos literarios bajo las (figuradas) estrellas de mi cuarto.
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Allí, frente a mis libros, frente a los recuerdos que cada uno me trae, en mitad de la noche me puse a ordenarlos para hacerle un hueco al recien llegado. Decidí retomar el viejo orden según el cuál agrupo a unos veinte o treinta volúmenes a cuyos autores llamo los "grandes de España" (del siglo XX). Allí acabó este volumen junto a los otros de Azorín, y los de Unamuno, Ortega, Marañón, Julián Marías y Maeztu, varias primeras ediciones y muchas horas de insomnio y aprendizaje, de literatura y placer sosegado. Sé que hay otros, pero estos son los míos.
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Al menos, cuando me visite la parca, me encontrará con los libros ordenados para alguien que, en el mejor de los casos, los desordene. Pero entonces me importará bien poco.